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miércoles, febrero 17, 2010

Ocaso



Cuando cae la última hoja del árbol

es que llegó el ocaso del verano

y la alegría de sus colores.



Ha llegado el hielo del invierno

a cubrirnos, casi como esperándolo,

tal vez deba ser así

y los ocasos se van estableciendo

como gotas de lluvia

en las ventanas del norte.



No he podido contra el temporal,

y cuando aún quedaba un trozo de madera

al que aferrarse,

resulto podrido.

Pobre de nosotros, el frío,

pobre de nuestras heladas manos,

pobre el corazón roto.



Sin darte cuenta siquiera

la trizadura que era

se volvió grieta que ya agua no atrapa,

y como cascada derramó el amor.

Palabra demasiado noble para ti.



Seguirás llevando el estigma congénito

de la amargura por doquier,

regando espinas y no ataduras.

Espinas que hieren a quien ose tocarte

a quien ose amarte.



Te llamé por una eternidad

y jamás acudiste,

cual sordo y enfermo te cobije en mi pecho

y te acepté en mi cama

cual herido procurando sanar las llagas,

cual desvalido dar de comer.



Ni cambiando los siglos

serás capaz de reconocer

el destello de la magia

que sostiene las almas.



Demasiado frio, demasiado tonto.

Demasiado tonto.



Así se descorre el velo de la imaginación

y la ilusión,

acabando con los sueños lentamente,

dolorosamente,

sin nada poder hacer

mas levantarse y caminar otra vez.



Comenzar otra vez,

intentar correr

otra vez.