Ocaso
Cuando cae la última hoja del árbol
es que llegó el ocaso del verano
y la alegría de sus colores.
Ha llegado el hielo del invierno
a cubrirnos, casi como esperándolo,
tal vez deba ser así
y los ocasos se van estableciendo
como gotas de lluvia
en las ventanas del norte.
No he podido contra el temporal,
y cuando aún quedaba un trozo de madera
al que aferrarse,
resulto podrido.
Pobre de nosotros, el frío,
pobre de nuestras heladas manos,
pobre el corazón roto.
Sin darte cuenta siquiera
la trizadura que era
se volvió grieta que ya agua no atrapa,
y como cascada derramó el amor.
Palabra demasiado noble para ti.
Seguirás llevando el estigma congénito
de la amargura por doquier,
regando espinas y no ataduras.
Espinas que hieren a quien ose tocarte
a quien ose amarte.
Te llamé por una eternidad
y jamás acudiste,
cual sordo y enfermo te cobije en mi pecho
y te acepté en mi cama
cual herido procurando sanar las llagas,
cual desvalido dar de comer.
Ni cambiando los siglos
serás capaz de reconocer
el destello de la magia
que sostiene las almas.
Demasiado frio, demasiado tonto.
Demasiado tonto.
Así se descorre el velo de la imaginación
y la ilusión,
acabando con los sueños lentamente,
dolorosamente,
sin nada poder hacer
mas levantarse y caminar otra vez.
Comenzar otra vez,
intentar correr
otra vez.