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miércoles, junio 28, 2006

Carta a Horacio Quiroga (Q.E.P.D., finalmente)

Y si tú apenas me das luces sobretodo aquello que se puede definir. Vienes lentamente, y cuando quiero ir rápido me detienes y debo volver una y otra vez sobre el mismo tema, la misma frase. Juegas con mi tiempo, juegas con el tiempo de todos aquellos personajes a quienes te refieres como “tus” lectores, incansablemente en el ir y venir de las situaciones. ¿Piensas que alguien pueda memorizar alguna letra de tu Funes?.

Pretendes que aquellas frases hechas de delicado español ennoblezcan tu nombre que ya cansa a los periódicos. Te vas riendo, y tal vez aquel del cual te ríes, te perdone la locura de habérsele escapado un minuto del tiempo usurpado en la tortuosa lectura. Te escabulles de un mundo a otro sin razón entendible para muchos. Los ignorantes puedan entonces ser más felices que aquel letrado que intrusamente se interpone en la ágil lectura, en el ágil entendimiento de las novedades.

Te escapas al mundo aquel donde visionarios, un Verne quizás, anduvieron ya. Tal vez el haberte conocido produjo, lo que en otros, la fatiga de la caminata en el desierto. Deja que estas letras puedan pensar que son correctas, y deja que me pierda una vez más en ti……..

(Agradecida, pues en mi búsqueda te encontré, y tú no me encontraras en esta tierra. Agradecida de haber encontrado la solución al interminable interrogatorio de si mi verdad esta en los verbos que pueda llegar a conjugar. Quiera Dios oír el latido de mi pecho y darme el valor suficiente de ser capaz de no someterme jamás a una verdad extraña ni a un hombre difícil. Quiera darme, el tiempo suficiente para descubrir realmente el por qué del silbido de un pájaro me suena a luz y el por qué de que la escritura se me transforme en un tirano).

Quiera Dios que esta impotencia de la cual sufro y tu induces desde lejos, se termine cuando mi vida pueda ser un silbido de pájaro o el tirano de otros.

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